Nuestra industria es competitiva… en ciertos nichos

Cuando se habla de la economía española, siempre se piensa en construcción, turismo y servicios como motores de crecimiento –que lo son– desdeñando el papel de nuestro tejido industrial, que aporta alrededor del 13% del PIB.

La industria tiene un efecto multiplicador sobre el resto de la economía, tanto por su contribución al PIB como por ser generadora de empleo.

En el momento en que los efectos de la crisis económico-financiera y del pinchazo de la burbuja inmobiliaria empezaron a notarse, se puso de manifiesto la necesidad de dar un giro de timón. “Nuestro modelo de crecimiento siempre se ha basado en lo mismo. En primer lugar, la divisa fácil del turismo, que ha servido para financiar las importaciones. Y luego, la construcción, que lleva consigo un aumento de los ingresos estatales, generación de rentas e incremento del consumo para diferentes sectores”, afirma Teresa Freire, profesora de Economía de ESIC.

Caída libre
El peso de la industria ha ido cayendo en España. Mientras que en los años 70 suponía alrededor de un tercio de nuestro PIB, hoy apenas aporta un 13,3%, según el INE. Pese a ello, sigue siendo una actividad que mueve cerca de 100.000 millones al año y genera 1,8 millones de empleos.

El informe Claves de la competitividad de la industria española, de PwC, indica que la industria tiene un efecto multiplicador sobre el resto de la economía, ya que genera de forma indirecta 1,61 euros de PIB y 1,43 empleos por cada euro de PIB y empleo directo. Destaca el efecto tractor de sectores como el de la automoción (8.447 millones y 169.000 empleos), metal (15.068 millones y 315.000 empleos) y alimentación y bebidas (20.698 millones y 361.000 empleos). Sin olvidarnos del químico y farmacéutico, el de la electrónica y las TIC o el de la maquinaria, muy relevantes tanto por su contribución presente como por las perspectivas de crecimiento que ofrecen, debido al menor grado de desarrollo que tienen en comparación con la media de los países de la UE-15.

Lastres del sector
Pese a la importancia de la industria, hay ciertos lastres de los que a veces es complicado desprenderse.

Un país de pymes. La dimensión media de la empresa industrial española es menor que en la EU-15. Como explica el informe de PwC, esto se traduce en menos economías de escala, mayor dificultad para el acceso al crédito, limitaciones en el inversión en I+D y, sobre todo, problemas para entrar en mercados internacionales.

Históricamente, una de las soluciones que han encontrado las industrias españolas para solventar este problema ha sido agruparse geográficamente para aprovechar sinergias. La concentración de fabricantes de máquina-herramienta en el País Vasco o del sector aeronáutico en Andalucía son dos ejemplos.

Tópicos. Aunque se ha avanzado mucho en este aspecto, las empresas españolas todavía tienen que sacudirse de los tópicos que presentan a España como un destino turístico y para el ocio, que condicionan nuestra exportación. “Entre todos tenemos que crear una imagen de que España, que además de ser un país estupendo para vivir, también tiene un alto nivel tecnológico y empresas punteras”, declara Koldo Arandia, director general de Ibarmia.

Cualificación profesional. Para Francisco de la Vega, director de Galvatec, “hay un salto entre personal con una muy buena cualificación y los que no tienen ninguna”. Según explica, “hay una falta alarmante de trabajadores para niveles intermedios, como técnicos, jefes de equipo, jefes de taller… En España, o eres ingeniero o no eres nada. Es un problema porque se emplea a gente de altísima cualificación en esos puestos intermedios. Y tarde o temprano estarán desmotivados”.

Desequilibrios geográficos. Tradicionalmente, Cataluña y el País Vasco han sido las comunidades más industrializadas de España, mientras que hay zonas en las que la actividad industrial es casi inexistente. Esta concentración repercute en las empresas alejadas de los principales polos industriales. “Muchas veces, los fabricantes de maquinaria sólo tienen oficinas de servicio técnico en Barcelona, Bilbao o Madrid”, señala De la Vega.

Competitividad laboral. La reforma laboral ha incrementado la flexibilidad y ha reducido los costes laborales en España, pero nos hemos quedado en tierra de nadie: somos más baratos que la Europa de los Quince, pero más caros que Asia o la Europa del Este.

Por eso, debemos optar por competir en calidad. Como explica Manuel Romera, director de Servicio Financiero de IE Business School, “la competitividad va en dos direcciones: en precio y en calidad. España tiene un componente enfocado hacia la calidad y no al precio. Nuestra competitividad a nivel laboral no es la de países como China o Vietnam, porque la economía de escala es menor”.

Vendemos mal. Pese a que la calidad debe ser el argumento principal, aún nos cuesta aprovecharlo.“Hay factores de diferenciación en la calidad, los servicios adicionales y el valor añadido, pero no sabemos venderlo. No sabemos transmitir que un precio un poco superior se compensa con la calidad que se ofrece a cambio. No lo trasladamos al mercado para que se pague lo que le pedimos”, asegura la experta de ESIC.