A pesar de que muchos y reputados autores sostienen que estamos atravesando una larga crisis de ideas, en el día a día se observa como casi todo el mundo busca alternativas y soluciones innovadoras a problemas.

Lo que cuesta es poner lo imaginado a funcionar.

Aunque soy de los que piensan que hablar en términos absolutos, de todo o nada, es un error en sí mismo, como casi todo el mundo, en ocasiones caigo en esa tentación. Lo considero un error porque cuando hacemos una hipótesis que deba cumplirse el 100% de los casos, tendremos una doble trampa por delante: ante una única ocasión en la que no se cumpla la teoría, esta se viene abajo, y además, como siempre se darán nuevas situaciones en las que validar nuestras premisas, estaremos continuamente poniendo en riesgo nuestros postulados.

Viene todo lo anterior a colación de una teoría que sostengo desde hace tiempo, y es que “todos” en alguna ocasión hemos pensado en ser empresarios, llamémosles emprendedores, autónomos, o lo que queramos. En resumen me refiero a que hemos pasado por el deseo de depender de nosotros mismos, no tener jefes, hacernos millonarios vendiendo una idea absolutamente extraordinaria o cosas similares.

Si la hipótesis anterior se cumple, incluso aunque no sea para el 100% de los casos, estaremos de acuerdo en que, a poco que cada uno tengamos una idea, habrá muchos millones de ideas circulando por nuestras calles, ciudades y países. Pero es que de todas esas personas, una parte importante tiene o ha tenido más de una idea, por lo que habrá muchísimos más millones de ideas.

Luego viene la prueba del nueve, que hay que hacerla queramos o no de forma individualizada: ¿esa idea es válida, fiable, rentable, innovadora,…? Y cierto es, que un porcentaje muy elevado de esos muchísimos millones de ideas se vendrán abajo.

Pero ¿qué pasa con el resto? Se reparten en varias categorías: las que directamente acaban en el olvido, las que nunca se comparten con nadie y se quedan en nuestra cabeza, las que echamos por tierra sin poner a prueba por nuestros propios miedos,… y algunas, unas pocas (que seguro que son miles, e incluso unos pocos millones, pero como partíamos de muchísimos millones, se debe hablar de ellas como “unas pocas”), se intentan.

Más bien tengo la sensación de que lo que falta es iniciativa. Ideas hay, pero si no somos capaces de intentar ponerlas en práctica y tampoco somos los suficientemente generosos como para dejar que otros con más empuje o más recursos económicos traten de lograr el objetivo, efectivamente de lo que debemos hablar es de ausencia de iniciativa.

En este punto también hay explicaciones para todos los gustos, desde el que dice que no lo hace porque está bien en su zona de confort y no necesita cambios, hasta el que asegura que lo haría si tuviese tiempo o más manos.

Para todas esas justificaciones habría solución, pero en cualquier caso, necesitarían previamente de iniciativa: si no voy a usar mi idea por el motivo que sea, ¿por qué no compartirla para que la aprovechen otros? A fin de cuentas, yo nunca sacaré ningún provecho al respecto, e incluso si lo organizo bien puede que el éxito de otra persona con mi idea pueda terminar en algún pequeño beneficio propio.

Pero quizá lo peor está en las situaciones del que no “emprende” por falta de tiempo o lo que es mejor, de manos. Ahí sí que existe un drama. ¿De verdad quieres hacerlo? Pues habrá que buscar los medios.

La realidad es que si juntamos tus dos manos con mis dos manos, y las 24 horas que tienen tus días con las 24 que tienen los míos, pues por algún motivo las matemáticas fallan y los resultados no serán los esperables de cuatro manos y 48 horas. Será como si ambos tuviésemos “un poco más de dos manos y un poco más de 24 horas cada día”. Ya hemos mejorado nuestros ratios de inicio. ¿Por qué se da esto? Hay muchos libros de trabajo en equipo, motivación, eficiencia, modelos de productividad,… que explican con teoría y práctica las causas de este efecto tan particular pero ¿realmente importa el por qué? Se da y punto. Cuando se juntan varias personas (adecuadas en aptitudes y actitudes) para hacer algo, se funciona mejor que si van por separado.

Es decir, que las ideas se quedan en el tintero más por nuestra dejadez, falta de empuje o de ganas, excusas o cualquier otro motivo antes que por ausencia de las mismas. Eso es falta de iniciativa.

Lo que hay que preguntarse es si, con la que está cayendo, tenemos “derecho” (desde un punto de vista filosófico, no jurídico por supuesto) a renunciar a todos estos muchísimos millones de ideas que podrían aportar alguna solución, aunque sea pequeña, para alguna persona.

La realidad es que hay muchísimas personas con muchísimas ideas, con facilidad en este sentido para fabricar nuevas oportunidades. Y otros quizá deben conformarse con tener menos ideas, incluso menos válidas, pero que reúnen un hambre y una capacidad de ejecución formidable. Si conseguimos que dos personas, una de cada tipo, se reúnan con actitud de emprendimiento, habremos dado con la fórmula perfecta para avanzar. Los resultados a veces saldrán y otras veces no, pero si se intenta continuamente, con mucho esfuerzo, el éxito ya habrá llegado.

 

FUENTE: http://www.lanuevarutadelempleo.com/