A estas alturas ya habréis observado que la palabra “paro” y sus derivadas me causan cierta grima, por lo que no las suelo usar. Esto se debe a algo que tiene mucha relación con el título de este artículo: las diferentes actitudes que podemos mostrar ante una misma situación, en este caso, ante el desempleo.

Hablar de “paro” -o de “parados”- puede tener connotaciones negativas ya simplemente por cuestiones semánticas, al poderlo relacionar nuestro cerebro con otros conceptos como “pasividad”, “inmovilismo”, “desgana”, “vagancia” y, yendo un poco más lejos, incluso con “irresponsabilidad”, “marginalidad”, “fraude” y otras maravillas por el estilo. Estas asociaciones de ideas son las que, como bien saben los entendidos en PNL (Programación Neuro-Lingüística) provocan unas sensaciones u otras en las personas, generando emociones que condicionan nuestro comportamiento.

Por tanto, si alguien asocia el término “paro” al de “vagancia”, la actitud que mostrará ante una persona que no tenga trabajo será, con una probabilidad muy alta, totalmente negativa porque su subconsciente pensará automáticamente que quien tiene delante es un vago, alguien que no quiere encontrar ningún tipo de empleo y que pretende seguir viviendo de las subvenciones o de las ayudas estatales.

Por suerte, esto no es siempre así, pero ocurre en muchísimas más ocasiones de las que pensamos.

Lo que he aprendido hasta ahora sobre la gestión emocional me ha llevado a la convicción de que, a la hora de afrontar cualquier situación, lo más importante es, con diferencia, la actitud que tengamos en cada momento. Ni los conocimientos ni los recursos de que dispongamos van a ser tan decisivos para nosotros como nuestra actitud (pasiva, proactiva, resolutiva, positiva, negativa…), y lo mismo pasa cuando son los demás los que tienen que actuar de alguna manera hacia nosotros, pudiendo facilitarnos o complicarnos las cosas en función de la idea previa que se hayan creado de la situación.

A bote pronto, se me ocurren diferentes actitudes que he visto o experimentado ante el desempleo, sin excluir que puedan existir otras más:

1 – Indiferencia. Aunque duele, esta sería la menos dañina de las actitudes negativas.

2 – Rechazo. Suele ser una actitud visceral, muchas veces justificada con argumentos supuestamente “racionales” que tienen como base exageraciones o generalizaciones de casos, sino puntuales, sí con una relevancia mucho menor de la que se le quiere dar.

La reacción que genera puede ir de la simple pasividad, generalmente envuelta en un halo de desprecio, hasta el enfrentamiento directo con la persona desempleada.

3 – Compasión. No es una actitud negativa en sí misma, siempre que no lleve asociada un grado excesivo de paternalismo que puede generar otras dificultades a los desempleados como son, por citar solo algunas, crear una mala imagen de ellos ante la sociedad (al verlos como unos “aprovechados” de las circunstancias), que se “acomoden” ante el hecho de cobrar sin trabajar (todos somos humanos…) o que se acostumbren a que la Administración “piense” por ellos y dejen de tener actitudes proactivas que son las que, realmente, les pueden ayudar a salir de la situación en que se encuentran.

En el caso de las Administraciones públicas, mi opinión es que ciertas  medidas de las políticas de empleo son excesivamente proteccionistas, y lo digo como beneficiario de alguna de ellas. Es cierto que el Estado debe velar por el bienestar del ciudadano pero, el hecho de “dar a cambio de nada” (subsidios, formaciones, etc.) no solo puede acarrear las consecuencias antes citadas sino que, a muchas personas, les causa un sentimiento de “incapacidad” que puede mermar el auto-concepto que tienen de sí mismas.

El ser humano, en líneas generales, necesita ganarse sus logros para sentirse bien consigo mismo y valorar realmente lo que tiene.

¿Cómo se podría hacer esto en el caso del desempleo? Eso daría para otros artículos pero estoy seguro que a cada uno se nos ocurren buenas ideas al respecto.

4 – Condescendencia, en sentido negativo. Se puede ejemplificar como “mirar por encima del hombro”. No es un rechazo directo de la persona desempleada pero lleva consigo un cierto grado de desprecio, al percibirla como a alguien de rango inferior.

La reacción asociada puede ser lo que se llama “dar un regalo envenenado”: aportar una cierta ayuda pero, de tal forma, que quien la reciba sienta incluso humillación por ello, lo cual puede generar pérdida de auto-estima y de la auto-confianza necesarias para gestionar la situación de desempleo con la actitud adecuada.

5 – Ayuda, colaboración. Sin más. Se trata de ofrecer lo que uno buenamente pueda para que el otro esté en mejor situación para resolver los problemas que le cause el desempleo, pero sin connotaciones negativas, humillaciones, desprecios ni actuaciones “castrantes” que dificulten el desarrollo de las capacidades de la persona desempleada para encontrar sus propias soluciones.

Esta ayuda puede tener mil formas diferentes. Una de ellas, tremendamente importante según mi propia experiencia, es la de dar apoyo al otro; simple pero sincero apoyo -moral, afectivo, material…- para que la persona receptora tenga un mínimo sustrato firme sobre el que caminar cada día en busca de la solución a lo que representa un enorme problema para ella.

Y esto es algo que ¡oh, sorpresa! está al alcance de todos, incluso de las propias personas en situación de desempleo, porque siempre hay pequeñas (o grandes) cosas que podremos aportar a otros en nuestra misma situación y que les sirvan para sentirse un poco mejor o para conseguir algunos logros… y viceversa.

Nadie es tan insignificante como para no tener algo de valor que aportar a los demás, aunque sea una simple sonrisa o una muestra de afecto.

Ni que decir tiene que los primeros que deben mostrar la mejor actitud posible ante el desempleo son… las propias personas que se han quedado sin trabajo.

La clave reside en la actitud ¿sabremos escoger la adecuada?


FUENTE: @nuevarutaempleo 

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