Dada por concluida la crisis, tres años después, el 70% de los hogares no ha percibido aún los efectos de la recuperación. Recomendamos hoy el informe “Análisis y Perspectivas 2017: Desprotección Social y Estrategias Familiares”, que presentamos el pasado junio y podéis descargar en Ana´lisis y perspectivas 2017 -digital- (002)

El modelo social en el que vivimos se fundamenta en una gran medida en el crecimiento econó- mico como condición para poder sostenerse. Es además la base del aumento del empleo y por lo tanto de los ingresos de los hogares dependientes del mercado de trabajo. La mejor herramienta para acabar con la pobreza y exclusión social, es por tanto, el empleo. Y este, se puede obtener, sobretodo, a través del esfuerzo y del emprendimiento personal. Debemos ayudar a las personas que se encuentran en el espacio de la exclusión social a través de herramientas que les activen en su responsabilidad de incorporarse socialmente.

Estas ideas se encuentran muy extendidas no solo en el imaginario social, sino en el político y en el de la intervención profesional de una forma natural. A medida que el proceso de transformación de nuestro paradigma social se va desarrollando, vamos adquiriendo mayor conciencia de que esas afirmaciones no se corresponden con toda la realidad que viven las personas con mayor riesgo de exclusión o vulnerabilidad. Sabemos desde hace más de cuarenta años que crecimiento económico y bienestar se relacionan, pero que a partir de determinado punto cada vez se alejan más entre sí. El Producto Interior Bruto como medida de progreso social no solo es una base de medición fallida, sino que deja atrás a muchas personas.

Además, en un marco donde el concepto de crecimiento en lo tangible ya ha desvelado sus límites, no solo desde el punto de vista de la sostenibilidad, sino desde la propia finitud de los recursos materiales. El concepto y realidad de la huella ecológica han transformado el concepto de crecimiento en un mito. Sabemos que el empleo es una herramienta fundamental en el proceso de integración social. Pero su debilidad, tanto cuantitativa como cualitativa, le está convirtiendo en una estrategia cada vez más relacionada con el sobrevivir y menos con el bienestar. Cuando las personas van perdiendo cada vez más su capacidad de maniobrabilidad en el mercado de trabajo (elección, control del tiempo, carrera profesional, cualificación…) el empleo tiende a ser para las capas de población más precarizadas, más supervivencia y menos desarrollo. La sociedad española es ya consciente de la existencia de trabajadores y trabajadoras pobres, que antes de la crisis estaban muy vinculadas a la temporalidad y a la economía sumergida, y que ahora han aumentado también sus vínculos con la parcialidad y los cambios en la regulación laboral. Sabemos, además, que la pobreza y exclusión social se crea y reproduce con un gran peso.

Sin embargo, el discurso dominante pone la carga de la prueba en el individuo. No solo eres víctima, sino que eres responsable. Sin negar los factores individuales, que existen y son reales, desde la Fundación FOESSA, nos gustaría reflexionar conjuntamente con los actores sociales y grupos políticos en nuevos modelos, nuevas iniciativas que llamen la atención sobre los componentes estructurales del desarrollo social. El esfuerzo personal es necesario, cómo no, pero si no se dan las condiciones adecuadas en el entorno social, la igualdad de oportunidades continuará siendo un proyecto en retroceso. Sabemos también que determinados colectivos se encuentran sobrerrepresentados en el espacio de la pobreza y la exclusión y que, por tanto, predominan más entre los perceptores de prestaciones sociales. Y, sobre ellos, desde determinados discursos aparece la sombra de la duda sobre su voluntad de incorporación social y por ende si se merecen la ayuda económica que se les pueda mostrar. ¿No será que tienen un mayor volumen de necesidades y sus apoyos son más débiles o inexistentes, y que esa es la razón por la que necesitan de más ayuda?

Queremos recordar cada vez que nos dirigimos a la sociedad que dos de cada tres personas que se encontraban en la pobreza y exclusión social durante la crisis ya lo estaban antes de que comenzara, y que, en mayor o menor medida, eran invisibles para la sociedad. La tasa de riesgo de pobreza y exclusión social (AROPE) se encuentra hoy todavía en niveles superiores a los del año 2013 al igual que los principales indicadores de desigualdad. La tasa de riesgo de pobreza relativa está en su nivel más alto desde el 2008. ¿Podemos seguir permitiéndonos estas cifras? ¿Será el estancamiento de estas cifras favorecedor de que las clases medias de este país tomen partido por las clases más populares? ¿O acaso nos encontramos ante un fenómeno estructural de normalización de la exclusión que ya deviene en naturalización? En el presente Informe de coyuntura tratamos de analizar, principalmente, cómo se encuentra la red de seguridad de las familias españolas, precisamente con el objetivo de poder dimensionar si esos apoyos, esos mecanismos de protección, son más fuertes o más débiles en la poscrisis. Las estrategias que las familias han tenido que tomar para soportar la crisis las han colocado en una posición diferente frente al futuro. La sociedad de hoy no es la misma de la del 2008, ni las fuerzas de las familias tampoco. Me gustaría que afrontáramos el futuro con la esperanza de que, ahora que la recuperación de los parámetros macroeconómicos es un hecho, fuéramos capaces de pensar iniciativas reales, duraderas y sostenibles para aquellos que todavía no tienen lo necesario para vivir, aquellos que tienen hoy un empleo precario y aquellos cuyas sus necesidades básicas no están cubiertas.

Creo que nuestro país tiene el inmenso reto por delante de reducir la desigualdad. Ojalá que con este informe, y los que vendrán, seamos capaces de sentar las bases para dar con claves y propuestas que ayuden a pensar en modelos diferentes y realistas, para que todas las personas puedan alcanzar la plenitud de sus derechos.


AGRADECIMIENTOS A CÁRITAS @_CARITAS  Y FUNDACIÓN FOESSA