Agradecimientos y fuente a evamenedo
Este post lo voy a dedicar a cómo gestionamos nuestras emociones en el ámbito laboral, pero también a reflexionar sobre las similitudes que esas emociones tienen con las que experimentamos en el amor y el desamor. Admito que el planteamiento puede ser a priori algo sorprendente pero, si analizamos detenidamente las emociones que entran en juego en ambas esferas, podemos concluir que los terrenos son menos dispares de lo que en un principio pudiera parecer, veamos por qué.
Los juzgados de lo social: Mi atalaya de observación
Mi profesión me obliga muchas veces a tener que comparecer a testificar en los juzgados de lo social, escenarios por excelencia de la ruptura empleado-empresa o de la tensión derivada de la confrontación de intereses de ambas partes. Las interminables esperas que transcurren, mientras el juicio se está celebrando y en tanto no te llega el turno de testificar, te brindan una posición privilegiada para observar las emociones de los compañeros de sala de espera que te rodean.
Desde esa atalaya muchas veces he visto manifestaciones claras de sufrimiento, lucha, frustración, pérdida de rumbo, negación de la realidad, e incluso de ira, algunas veces contenida… otras veces desatada.
Todas estas explosiones emocionales me reafirman en mi idea de que el trabajo es algo que, al igual que ocurre con el amor, nos toca de lleno el corazón, casi diría que el alma, es algo que realmente nos importa, y que vivimos y sentimos como muy propio e íntimamente relacionado con nuestra persona.
¿Algunos paralelismos?:
¿Qué terremoto de emociones nos invade en una ruptura amorosa?
Esta es una pregunta muy personal, no se puede generalizar en la respuesta porque es una experiencia que cada uno vive a su manera pero, dicho esto, creo que no me equivoco si apunto sensaciones como: dolor, incertidumbre, desengaño, probablemente miedo a equivocarte si eres tú quien decidió poner el punto final, miedo al cambio, a la soledad, frustración, rabia, desconcierto, miedo a reconocer y asimilar el fracaso, autoestima dañada, desorientación, impotencia…
Todas estas emociones son muy similares a las que antes me refería, y que tantas veces he observado en las salas de espera de los juzgados de lo social, ¿casualidad?, no lo creo.
Si lo pensamos bien, tanto en una relación amorosa como en un proyecto laboral, la implicación es algo sustancial, estamos dejando una parte de nuestra identidad en ello, nos estamos entregando, estamos poniendo toda nuestra pasión y nuestro interés, y nos estamos esforzando en dar lo mejor de nosotros mismos.
¿Qué esperamos obtener a cambio de este ingente esfuerzo?, pues cosas como la reciprocidad, la seguridad, el sentirnos valorados, aceptados, el reforzar nuestra autoestima, el sentir que el proyecto tiene un sentido, un futuro, un rumbo y un objetivo, el sentirnos integrados, ilusionados, plenos y creciendo, el ser capaces de sobreponernos a las dificultades y, sobre todo, también confiamos y esperamos sentir el compromiso de la otra parte.
¿Qué nos ata a una relación que no nos hace felices?
¿Por qué somos incapaces de romper con algo que racionalmente tenemos claro que no nos conviene?. Pues, básicamente, porque somos prisioneros del miedo, de la incertidumbre ante el cambio, de ese: ¿seré capaz de empezar de nuevo?. Existen además otros condicionantes como el “más vale lo malo conocido” o incluso la responsabilidad que nos autoimponemos sobre los daños colaterales que acarrearía tal decisión: deshacer una vida en común, dividir una familia, el dolor de unos hijos…
Por otra parte, por qué no decirlo, la resistencia a romper también se produce porque nos puede la expectativa de rentabilizar nuestro esfuerzo. En el fondo, eres consciente de estar sufriendo terriblemente pero te resistes a dar por perdida esa “inversión” que has venido realizando en la relación. Hace poco, leía que nos planteamos el amor como si fuera un depósito bancario: te resistes a “retirar los fondos” porque confías en poder llevarte la rentabilidad esperada debajo del brazo.
Si reflexionamos sobre qué es lo que nos impide un cambio de trabajo, ¿obtendríamos respuestas muy diferentes?, seguramente no. Los motivos son en el fondo los mismos: la resistencia al cambio, el vértigo de volver a comenzar, “lo complicado que está todo por culpa de la crisis” y el “más vale pájaro en mano”. Las ataduras serán, en lugar de la responsabilidad por los daños colaterales, los recibos de la hipoteca y los gastos que sabemos seguirán cayendo mes a mes sin miramientos.
El desamor laboral
Así las cosas, la triste realidad es que muchas veces nos dejamos ir día a día en el devenir de una relación laboral que ni nos va ni nos viene, viendo como nuestra implicación se difumina y como se erosiona nuestro entusiasmo inicial hasta quedar reducido a la mínima expresión.
Llegamos en este punto al desamor laboral, que se manifiesta en máximas como: “Yo hago mi horario y me voy” o que se asoma tras el archiconocido: “Aquí el que más pone más pierde”. ¿Merece la pena vivir la experiencia de trabajar así?, o estamos cayendo en una dinámica que, sin remedio, daña nuestra autoestima y nos va anulando poco a poco la identidad.
Nuevamente, como en el amor, no caben soluciones unilaterales, el compromiso emocional debe sustentar la relación, ser bilateral y extenderse más allá del frío sinalagma del contrato laboral.
Como empleadores y profesionales de la gestión de RRHH, no podremos permitirnos ofertar amistad a quien nos demanda amor, porque eso sería como darle pan a quien está muriéndose de sed delante de nuestros ojos.
Trabajemos duro para lograr el compromiso de nuestra gente, de aquella que queremos realmente retener. Ayudemos a nuestros mandos intermedios a demostrar esa reciprocidad tan necesaria, a aprender a gestionar la emociones ajenas y a cuidarlas a diario. Contribuyamos a dar sentido al proyecto demostrando que el rumbo y las oportunidades de crecimiento realmente existen en el seno de nuestra Organización.
Por otra parte, como trabajadores, no caigamos en el autoengaño, y hagamos un ejercicio de honestidad con nosotros mismos. Planteémonos nuestra continuidad en un proyecto solamente si “nos engancha emocionalmente”, si nos ilusiona y si nos sentimos capaces de comprometernos.
No nos empeñemos en continuar embarcados en algo que sabemos no nos hace felices, rompamos las resistencias, seamos valientes, y busquemos un cambio si es lo que en el fondo sabemos que realmente necesitamos. No dejemos que una experiencia laboral insatisfactoria nos haga dudar de nuestras capacidades, y no vivamos la experiencia pasada como un fracaso sino como un aprendizaje: “Sometimes you win, sometimes you learn”.
FUENTE: evaamenedo.wordpress.com