El mal humor en el trabajo, ser arrogante, perder el tiempo, los chismes de oficina, el mal rollo, ser rebelde o individualista… Son estados de ánimo o actitudes que se consideran tóxicas y negativas. Pero todas ellas pueden mostrar una cara positiva. Muchas de esas situaciones aparentemente perjudiciales presentan un reverso de eficacia, productividad, motivación o utilidad… Por si no lo sabía.

Como es lógico, la relación con el jefe puede ser un caldo de cultivo para todo tipo de conflictos y situaciones tóxicas. Una vez más, hay que repetir aquello de que «la gente no se va de las empresas, sino de sus jefes».

 

Así, en el catálogo de estados de ánimo y factores negativos en el ámbito laboral, un mando autoritario que gestione a cara de perro se considera una pesadilla profesional que impacta en nuestras vidas.

Jesús Vega, experto en recursos humanos, recuerda que «la autoridad, la obediencia, o seguir órdenes no suele gustar. No nos agrada que nos impongan algo. Por eso, cada vez surgen más modelos de organización que tienen que ver con la toma de decisiones libre y consensuada».

Vega añade que «si no existe un mínimo de autoridad, todo se deshilacha. No jerarquizar las decisiones lleva a un guirigay inmanejable. El verdadero líder es el que deja hablar, da libertad y responsabilidad, pero es resolutivo. Cuando alguien toma decisiones se considera imposición. Es un factor que ha de seguir presente».

Autoridad, al fin

La realidad es que sin nadie que dirija, que guíe, que corrija, que coordine, que exija, que tome la última decisión, que empodere, que contrate y que despida a quien no da el nivel, una organización no duraría mucho tiempo.

Además, está comprobado que mucha gente sería muy infeliz si no tuviera a alguien que le marque el camino y que asuma la responsabilidad. Simplificar la organización es bueno, pero hacerla plana puede convertirla en planamente inexistente.

El gran ejemplo de la empresa sin jefes es Zappos, la start up de venta online de zapatos fundada por Tony Hsieh, que implantó Holacracy, un sistema de autogestión que valora la experiencia por encima de la autoridad, y que trata de que el peso de liderar equipos no recaiga en el líder sino en cada persona. El sistema no dio demasiado resultado.

Pilar Jericó, presidenta de Be-Up, asegura que «el estilo coercitivo o autoritario tiene mala fama, pero resulta necesario cuando hay que dar una respuesta rápida. Puede darse un clima laboral de mucha tensión y estrés. Precisamente este estrés puede ser necesario para favorecer la felicidad laboral, porque hay un estrés que resulta positivo».

Jericó se refiere a algunos experimentos realizados en las universidades de Stanford y Berkeley, que muestran que las células madre del cerebro de las ratas de laboratorio, sometidas a estallidos de estrés agudo, se propagan en nuevas células nerviosas. Tras un proceso de maduración, estas nuevas células mejoran el rendimiento intelectual. Jorge Cagigas, socio de Epicteles, coincide en que «ser autoritario se tiene como algo negativo, pero alguien ha de tomar decisiones finalmente. Si nadie se arriesga, no se consiguen resultados».

Cagigas se refiere asimismo a la firmeza y a la rigidez: «Cabe preguntarse si ambas actitudes son malas. Pero la cuestión es que, cuando nadie defiende los criterios de los que está convencido, la firmeza o la rigidez (con respeto y educación hacia los postulados del otro) pueden convertirse también en un valor positivo».

La eficacia del mal humor

The New York Times advertía recientemente de que el mal humor en el trabajo no tiene por qué ser algo negativo. Recordaba para ello un estudio publicado en The Journal of Experimental Social Psychology que puso a prueba la habilidad de un grupo de personas para detectar una mentira. Quienes estaban en un estado de ánimo negativo, después de ver un cortometraje sobre la muerte provocada por el cáncer, fueron más proclives a detectar mentiras que aquellos que estaban de buen humor tras ver un videoclip de comedia. La conclusión es que estar de mal humor «aumenta el escepticismo en relación con lo que una persona debe juzgar, y mejora la precisión al identificar las comunicaciones falsas, mientras que los sujetos que están de buen humor son más propensos a sentir confianza e ingenuidad». Es decir, se es mejor detectando mentiras en el terreno laboral cuando uno no es feliz en el trabajo. Esa felicidad, según la investigación, «puede volvernos ciegos ante el hecho de que tenemos estas deficiencias que son provocadas por nuestras emociones». Y esto implica que debemos ser conscientes de nuestras emociones y sentimientos (y de cómo influyen en lo que hacemos) cuando tomamos decisiones importantes o discutimos acerca de temas delicados. Podemos ser más susceptibles al engaño cuando estamos felices.

Por su parte Andrés Fontenla, socio director de Recarte&Fontenla, coincide en que el mal humor «permite ser más drástico al analizar una situación determinada. Otorga un plus de agudeza y favorece la posibilidad de analizar otras perspectivas». Señala además que el mal humor en el trabajo puede llevarnos a decir cosas que normalmente no diríamos, lo que implica una predisposición a ser mucho más claros. Además, puede suponer un impulso para la acción. Y si la persona tiene cierto criterio, esa acción puede ser positiva.

En relación con esto Ovidio Peñalver, socio director de Isavia, se refiere a la figura del antipático, el típico borde: «Hay quien se gana esa fama, y además se lo permiten. Si es así, algo bueno ha de tener el borde«.

Adoptar una pose en el trabajo (en este caso la de antipático), elegir una identidad o actuar (en el sentido de interpretar un papel) puede tener efectos positivos si se gestiona adecuadamente y se construye sobre lo que somos, aunque se exagere un poco. Pero debe tener en cuenta que la pose tiene una connotación negativa y en general denota una alta dosis de inseguridad.

En el caso del borde, Peñalver explica que «quizá se admite esta actitud porque quien la sostiene siempre va al grano, y eso muchas veces le hace ganar en eficacia. Se trata de alguien que no es propenso a dar rodeos, y que muestra un punto de autenticidad y de sinceridad».

También hay que citar al arrogante, al que va de sobrado. Aunque tiene una connotación negativa, bien gestionados, estos profesionales aportan valor en lo que se refiere a la habilidad para detectar las propias capacidades y cómo impactan éstas. Aunque, en general, la pose arrogante no conviene a largo plazo, porque nos aleja de la realidad y hace que nuestras decisiones sean cada vez más pobres.

Jesús Vega añade el conflicto que supone el mal rollo en el trabajo: «Es lo menos deseable en una organización, porque debilita las relaciones personales y carcome el trabajo en equipo y el espíritu común de las organizaciones. Pero no se puede pensar que el buen rollo sea válido siempre. Los conflictos siempre existirán y no se les puede dar la espalda. Muchas organizaciones cercenan la eficacia para que haya buen rollo. Hay que ser adulto. Lo que se debe hacer con las situaciones de mal rollo es saber gestionarlas, pero no evitarlas».

Individualismo vs. equipo

Para Andrés Pérez Ortega, consultor en estrategia personal, hay «una frase muy Mr. Wonderful» que dice que «si quieres ir rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos ve acompañado». Cree que hoy esto ha perdido sentido, porque «disponemos de medios y recursos asequibles para que un individuo en solitario pueda hacer cosas que hasta ahora requerían de más gente. De hecho, el trabajo en equipo, los comités y los grupos multidisciplinares se han convertido más en un lastre que en algo que permita mantenerse al día. Así que el individualista, o el solopreneur son auténticos generadores de ideas y de avances».

Rebeldía creativa

Andrés Pérez opone la rebeldía al caso del típico empleado con el sello de la empresa en la frente. Cita el libro The organization man, escrito en 1956 por William H. Whyte, que describe a un empleado sumiso, orgulloso de su organización y que espera jubilarse en ella. Pérez cree que «el problema es que esa sumisión, esa docilidad y sometimiento a las órdenes de los superiores acabaron convirtiendo a los elefantes corporativos en zombies empresariales. El rebelde, el que no acepta las órdenes (muchas veces absurdas) de sus jefes, puede convertirse en el catalizador, en el revulsivo que algunas empresas necesitan. El problema es que incluso las empresas más modernas acaban anquilosándose, y el rebelde tiene dos opciones, o se mimetiza en el entorno o se va (o le invitan a hacerlo)». A esto Jesús Vega añade que «el responsable sigue siempre las normas y el manual, mientras que el irresponsable se las salta de forma habitual. Desobedece y provoca. Y realmente son éstos los que dan vida a las organizaciones. Fomentar cierta desobediencia puede ser positivo, porque la obediencia implica que todos hacen lo mismo».

La bondad de los chismes

Los rumores y chismes de oficina típicos de la máquina de café pueden resultar tóxicos, pero pueden tener efectos positivos en comunicación interna o para hacer surgir ideas o iniciativas que nunca se conocerían si sólo se siguen los cauces tradicionales. La parte positiva de este factor aparentemente perjudicial es que los rumores internos se consideran como la fuente de comunicación de la compañía con más credibilidad, porque en lo que más cree la gente es en lo que se escucha por los pasillos y en lo que sale en la prensa, antes que en la comunicación interna de la empresa. Y además sirve para identificar a ciertos líderes de opinión capaces de impactar en los demás.

El valor de procastrinar

Estar y parecer ocupado en el trabajo se ha convertido en un signo de estatus, algo así como una nueva capacidad profesional de la que muchos presumen las 24 horas, más allá del horario laboral. Perder el tiempo, o procastrinar, debería verse entonces como algo negativo. Pero lo cierto es que hay quien se refugia en una aparente actividad y se empeña en tareas improductivas, porque la nueva cultura del tiempo en el trabajo sigue chocando con el presentismo, los horarios interminables, o la vieja cultura del estar frente al hacer.

Algunas tareas calificadas de «no trabajo» pueden considerarse eficaces, y proporcionan un beneficio evidente en términos de desarrollo, satisfacción laboral o motivación. Sin olvidar que ciertas pequeñas distracciones en la oficina, lejos de ser una pérdida de tiempo, aumentan la productividad.

En ese «no trabajo» eficaz se puede incluir la creación de redes; insertar nuevas ideas que provienen del exterior de la compañía; una cierta socialización productiva que se refiere a saber venderse y a conseguir que las propias ideas se conozcan; o dedicar tiempo a hacer balance del día, diseccionando tareas, momentos y a las personas con las que nos relacionamos, y que llevan a encontrar algo positivo de nuestro trabajo.

 


AUTOR: TINO FERNÁNDEZ

FUENTE: vía @expansioncom

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