La lógica de tirar de escala antes que nadie, cogiendo por sorpresa a tus adversarios, se convierte en un requisito para la mera viabilidad de una ‘startup’ prometedora. Es lo que se conoce como ‘blizscaling’
En los programas formativos sobre transformación digital que se imparten en las principales escuelas de negocio resulta habitual la afirmación de que hay una esencia, una especie de gen, que se repite como pauta en la forma de pensar y actuar de los fundadores de las empresas digitales que han impactado exitosamente en el funcionamiento de la economía y la sociedad (un gen que, para nuestra tranquilidad, puede ser adquirido individualmente ex post con disciplina y la visión adecuada). Esta hipótesis, con un componente determinista tan marcado, todavía necesitará de más tiempo de observación para estar seguros de su validez y aplicar la disyunción entre la parte que se corresponde con las creencias en su típica dimensión mítica, de aquella otra que contiene alguna dosis de verdad.
A mi juicio, un elemento curioso de nuestra época está siendo que varios de estos fundadores de referencia no dejan de analizarse a sí mismos, como si ellos fueran un objeto de estudio, intentado condensar aquella noción existencialista de saber con certeza dónde está uno realmente (y cómo ha llegado a estar). Por consiguiente, lo que hay en juego, más allá de la raíz del síntoma (y que interesa a instituciones como a empresas por igual), radica en si cabe la posibilidad de descubrir un método con el que cultivar e imitar una sensibilidad empresarial tan singular, pues, un modo de interpretar el mercado en su materialidad digital para guiarse en la toma de decisiones y saber provocar la siguiente disrupción. Lo que implica, con otras palabras, la legitimación del deseo de poseer (llegar a) metafóricamente esa forma de mente (inclusive, como expondré, con el lema silencioso que tiene bordado en su repliegue dicha mentalidad).
En 2015, uno de ellos, Reid Hoffman (conocido por ser uno de los cofundadores de Linkedin y del fondo de inversión Greylock Partners), comenzó a impartir el curso Technology-Enabled Blitzscaling en la Universidad de Stanford (plasmado en un libro de reciente publicación). Entre sus objetivos de partida, el primero reflejaba el anhelo de demostrar cuál es la estrategia empresarial esencial que subyace en la cocina de todo nuevo negocio digital que logra ser influyente.
El segundo objetivo venía a ser el análisis minucioso de la estructura desde la que resulta viable ejecutar tal estrategia. Aquella no podría ser otra que el ecosistema, tantas veces ensalzado, de Silicon Valley, un catalizador de talento y capital en el que él mismo se ha educado y que le permitía terminar la demostración, filtrando en el desenlace del proceso un concepto unificador: Blitzscaling (algo así como escalar por sorpresa).
No es fortuito que la inspiración etimológica de este término derive de otro adscrito a la estrategia militar (con el apelativo blitz se designa un tipo de operación que busca la máxima velocidad y agilidad en su desplazamiento, llevando a cuestas el equipo imprescindible, para sorprender a las líneas enemigas), ya que para Hoffman es una proposición cierta aquella que equipara la voluntad de competir en el mercado con la de enfrascarse en una cruda batalla de la que no todos sobrevivirán. La lógica de tirar de escala antes que nadie, cogiendo por sorpresa a tus adversarios, se convierte en un requisito para la mera viabilidad de una startup prometedora.
El adepto a esta doctrina deberá asumir una serie de principios que tienen en común la fe del propio emprendedor en que detonará una marea alcista practicando una conducta de propensión al riesgo, la cual no quedaría interpretada por el mercado como un sesgo hacia el optimismo sentimental ni la exuberancia irracional (descrita por el economista Robert J. Schiller), sino como la transposición de un programa ordenado (racional) para coger tamaño y ocupar el liderazgo de un sector antes que los demás. Por tanto, la agresividad es otro factor que debe estar presente para la consecución de los fines.
Entre los ejemplos que postula Hoffman para entenderlo destaca la premisa de lograr necesariamente un crecimiento exponencial, lo que obliga a no conformarte con aumentos sobresalientes del veinte por ciento en tus beneficios anuales. El consenso de Wall Street pronostica que para que una empresa emergente transforme el estatus de un sector tiene que alcanzar un crecimiento mínimo del cuarenta por cierto en cada ejercicio. Este aumento, a su vez, obliga proporcionalmente a recaudar fondos e invertir el doble o el triple de lo que una perspectiva de razonable eficiencia establece.
Consecuentemente, el blitzscaling desafía la sabiduría tradicional del logos financiero en aras de ir sumamente rápido en el desarrollo del negocio a expensas de la multiplicación de la incertidumbre que se asume. Lanzar un servicio digital, que a su vez sea analógico, haciendo trabajar a un equipo de profesionales 24 horas por siete días para adelantar unos pocos meses la fecha de apertura (lo que causa inflación de costes), rebajar el precio de uso del servicio en el inicio para captar un millón de pioneros que luego arrastren a otros diez millones, y triplicar la contratación de plantilla cada año para garantizar una expansión global en el menor tiempo posible, son todos ellos rasgos de esta estrategia. Las empresas digitales que dominan hoy en día la economía lo lograron engranando decisiones de esta índole.
Entonces, la mentalidad del empresario digital que enseña Hoffman en Stanford implica que, con el propósito de crecer exponencialmente, hay que ignorar la posibilidad de que se lleve a la ruina un negocio que empieza a funcionar relativamente bien. La justificación no es tibia: es el mercado el que opera de este modo, en contra de lo estable, y no hay escapatoria. La mentalidad de ganar solo un poco o en un solo mercado no tiene futuro en la economía del siglo XXI. La esencia es ganar en todos los mercados, con una escala masiva.
Desde mi análisis, esta mentalidad emergente quedaría soldada por cuatro puntos de sensibilidad: (1) Por delante de todo, el placer de competir es el motor de la creatividad y la innovación. La cuestión a nivel cognitivo no es procrastinar ni evitar el conflicto, sino provocarlo y disfrutar casi adictivamente con su evolución. (2) Huir de la quietud. No hay tiempo para el reposo. Todo debe estar siempre en movimiento. (3) Exaltación de la temporalidad del presente. Todo lo que hay ahora es por naturaleza mejor de lo que hubo ayer. El sentido de permanencia alcanza su máxima volatilidad. (4) Existir en una frontera con el caos. Dicho de otra manera, penetrar en un espacio de turbulencias resulta ser en sí mismo un proceso iniciático para construir un líder empresarial solvente.
Por tanto, el lema silencioso escondido en el reverso de esta mentalidad lo sintetizaría como la intolerancia a cualquier límite en el entendimiento humano, es decir, (negando la racionalidad de Descartes) el deseo de poseer una inteligencia infinita.
AUTOR: Alberto González Pascual es director de transformación, desarrollo y talento en el área de recursos humanos de PRISA. Profesor asociado de las universidades Rey Juan Carlos y Villanueva de Madrid, es doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y en Pensamiento Político y Derecho Público por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
FUENTE: vía @elpais_retina
Escala: la mentalidad del emprendedor digital https://retina.elpais.com/retina/2019/02/04/talento/1549276517_387559.html