El psicólogo Daniel Goleman fue el que, en 1996, popularizó el concepto de ‘inteligencia emocional’ con la publicación de un libro con el mismo título. No obstante, ya en los trabajos de Charles Darwin se hablaba de la gran relevancia de la expresión emocional para la superación y adaptación de los seres vivos.

 

Teniendo en cuenta el trabajo de estos y otros pensadores, podemos definir este concepto como ‘la habilidad de comprender y transmitir las emociones, y ser capaz de equilibrarlas según nuestros propósitos’.

Ser emocionalmente competente es vital para el individuo y su vida en sociedad, ya que favorece los vínculos personales saludables en gran medida y permite la gestión de las propias emociones.

El manejo de esta habilidad conlleva una serie de ventajas muy variadas (permite el desarrollo de la asertividad y la empatía, trabajar las emociones negativas, saber interpretar las expresiones de los demás…), cuyos beneficios son aplicables a ámbitos tan distintos como los estudios, el mundo laboral, o las relaciones familiares y de pareja.

Si en los últimos años existe, en los países occidentales, una reivindicación de la educación emocional, es porque nuestra tradición las ha olvidado o arrinconado. Durante siglos, las emociones eran vistas como aquello que amenaza al pensamiento, a la razón.

De hecho, se entendían como aquella dimensión irracional del ser humano que nos conducen a cometer errores. Pero hoy sabemos que necesitamos las emociones para ser racionales y que no habría nada más irracional que no contar con ellas: son las que nos permiten analizar las situaciones, tomar decisiones…

Las emociones son prácticamente nuestro timón en el mundo: una guía cognitiva para analizarlo, comprenderlo y relacionarnos con él.

Aprender a gestionar las propias emociones positivas y negativas debería tener un papel esencial en cualquier formación: cuando tenemos una emoción negativa nos ofuscamos. Es decir, restringimos nuestra atención y la focalizamos en aspectos concretos y problemáticos: es la respuesta biológica para escapar de un peligro, para la supervivencia.

Al contrario, las emociones positivas permiten que tengamos un enfoque más abierto e imaginativo, que seamos capaces de tolerar la dificultad y descubrir posibilidades alternativas porque ampliamos el foco.

¡No se trata de negar unas en favor de otras, sino de aceptarlas, conocerlas y gestionarlas!

Las artes como escuela de educación emocional

El lenguaje artístico es una gran fuente de educación emocional: utilizarlo en cualquier ámbito es una herramienta excelente para conocerse a sí mismo y para descubrir matices que la vida por sí sola no nos ofrece.

¡Especialmente la música! En la audición participan muchas regiones cerebrales, algunas de las cuales en el sistema mesolímbico, que involucra la producción de dopamina. Y además se mantiene activo el cerebelo, que regula la emoción.

El teatro por ejemplo, es otra gran escuela de educación emocional. Eso es algo que ya sabía Aristóteles, cuando hablaba de la tragedia como mimesis, como la actividad de un mimo (actor) donde lo esencial es fingir, crear una ficción y representarla, aunque el actor se valga de la realidad para eso.

Pero no es una simple copia o representación, sino una expresión de emociones y experiencias internas (carácter). Por eso definía la tragedia como “un ensayo con personajes que actúan (…) que por medio de la piedad y el terror realiza una purificación de tales emociones”.

En definitiva, la educación artística es la gran fuente de educación emocional porque es capaz de desencadenar experiencias vicarias; es decir, aquellas experiencias que no tienen un fundamento directo en experiencias sensoriales fundadas en primera persona, como pasa en el aprendizaje sólo experimentado mediante la observación.

Lo que pondrás en funcionamiento con ello, son experiencias almacenadas por efecto de la observación de las acciones, emociones y sentimientos que experimentamos a partir de los otros. Una lección fundamental para la toma de decisiones, porque en ellas la emoción vicaria asigna valores emotivos a todas las posibilidades que tenemos delante.

 


 

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