ÓSCAR BAYONA
2015 se convierte en el tercer año consecutivo de incremento de la siniestralidad laboral en España desde que en 2012 se alcanzaran los niveles mínimos históricos. ¿Este fenómeno está relacionado con la aprobación de la reforma laboral aprobada ese mismo año por el Gobierno del Partido Popular? Vamos a intentar ver algunas claves.
Las estadísticas provisionales de siniestralidad laboral del ejercicio 2015 se han cerrado con incrementos del 5,8% del número total de accidentes en jornada de trabajo y del 7,1% en el caso de los mortales, y del 2,5% del índice de incidencia (que expresa la siniestralidad de forma relativa con independencia del volumen de población empleada) para el conjunto de los accidentes y del 3,7% para el de mortales. Se acumula de esta manera el tercer año de aumentos desde que en 2012 se alcanzaran los niveles mínimos de siniestralidad, tras más de una década de descensos constantes y generalizados.
Sin ningún lugar a dudas estamos ante una legislatura regresiva en términos de prevención. Pero, ¿qué fenómenos podrían estar detrás de este cambio de tendencia? El primero que se nos viene a la cabeza es la aprobación de la reforma laboral por parte del Partido Popular en febrero de 2012, una legislación que ha contribuido de manera inequívoca a extender el modelo de empleo precario y sin derechos a muchas capas de la población trabajadora y que ha tenido como consecuencia un deterioro en las condiciones de trabajo en la mayoría de los sectores. Pero también hay que tener en cuenta los efectos de la crisis desde 2007 y los cambios que se han producido en nuestro modelo productivo.
Hasta el cambio de siglo la siniestralidad evolucionaba acoplada al ciclo económico: cuando la economía crecía, los índices de incidencia aumentaban y viceversa. A partir de ese momento se produce un cambio radical y hasta 2008 se consigue reducir la siniestralidad de manera generalizada en una fase de crecimiento económico. La tendencia se mantiene incluso durante la crisis económica, fundamentalmente por la reducción de accidentes en la construcción, el sector más impactado por la caída de la actividad económica. Pero a partir de 2012 se rompe la tendencia y los índices de incidencia repuntan, pero a ritmo significativamente mayor que la economía.
Varios fenómenos se aprecian en esta etapa centrada en la última legislatura. El primero es que no todos los sectores evolucionan de la misma manera. Si atendemos a la evolución de la siniestralidad por sectores apreciamos diferencias notables. Desde 2012 hasta 2015, el índice de incidencia del conjunto de sectores aumentó en un 8%, estando por encima los sectores agrario (17%) y de servicios (10%), y por debajo o igual la industria (8%) y, sobre todo, la construcción (4%). Pero si atendemos a la siniestralidad mortal, la evolución es muy diferente, ya que para el conjunto de los sectores aumenta en un 9%, pero llega a producirse un descenso en el agrario (-9%) y aumentos en servicios (8%), construcción (12%) e industria (28%). El caso de la industria es especialmente preocupante, ya que acumula el 45,5% de los accidentes mortales.
¿Qué puede estar sucediendo en la industria que explique estos incrementos de siniestralidad? La respuesta parece clara: la precariedad, entendida en un sentido amplio. La industria constituía el paradigma de la estabilidad en el empleo, con un marcado perfil de contratos indefinidos a tiempo completo, pero ese panorama está cambiando desde la entrada en vigor de la reforma laboral. A diferencia de otros sectores, la precariedad no aterriza en la industria por la vía de la contratación a tiempo parcial, que se mantiene estable en un escaso 5% desde 2011. Tampoco parece que se pueda atribuir al incremento de la temporalidad, que ha pasado en el mismo periodo del 17% al 20%, tan solo 3 puntos de aumento. Sin embargo, hay una variable de precariedad vinculada muy directamente a la dificultad de articular el sistema preventivo en una plantilla: la duración de los contratos.
Los casos más extremos de temporalidad son aquellos contratos con una duración inferior a una semana. Se trata de un periodo de tiempo en el que es materialmente imposible informar a un trabajador de los riesgos a los que se enfrenta y formarle de manera eficaz para que conozca las correspondientes medidas preventivas. En 2007, al inicio de la crisis, los contratos de menos de 7 días suponían un 15% de los nuevos contratos firmados, aumentando a un 20% en 2011, al inicio de la legislatura, y a un 25% en 2015. Pero si en alguna rama de la actividad económica la evolución es especialmente grave es en la de la industria: en 2007, los nuevos contratos de menos de una semana en la industria eran el 4% del total, alcanzando el 10% en 2013. A partir de ese momento su número aumenta de forma exponencial, alcanzando un 28% en 2015, 18 puntos de aumento en tan solo dos años y 3 puntos por encima del conjunto de todos los sectores. Sin duda este fenómeno está directamente relacionado con el aumento de siniestralidad en la industria que vivimos: un 9% del índice de incidencia en 2015 respecto a 2013 y un escandaloso 45,5% en el caso del índice de incidencia de mortales en el último año.
Otra variable que deberíamos tener en cuenta al analizar la evolución de la siniestralidad en esta última legislatura es el género, ya que los incrementos no han sido homogéneos entre hombres y mujeres. Desde 2012 y hasta 2014, último año del que contamos con índices de incidencia desglosados por sexo, en los varones la siniestralidad había crecido un 2,8% y en las mujeres un 12,3, casi 10 puntos más. Sin embargo, resulta más difícil establecer una relación directa entre estos incrementos de siniestralidad y los indicadores de precariedad vinculados a la contratación. Las tasas de temporalidad de hombres y mujeres son similares, y, aunque las mujeres sufren una mayor proporción de empleos a tiempo parcial y de contratos de menor duración, las diferencias no son tan significativas como en el caso de la siniestralidad. Dos fenómenos pueden estar relacionados con este hecho: por un lado, que se haya producido un especial deterioro de las condiciones de trabajo en sectores altamente feminizados y, por otro, que haya mejorado la notificación de la contingencia profesional de aquellas patologías más vinculadas a la mujer como las alteraciones musculoesqueléticas. Es necesario profundizar en el análisis de las estadísticas de siniestralidad por sectores desde una perspectiva de género, pero ya hay algunos datos que apuntan en este sentido: el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo viene situando desde hace varios años entre las actividades prioritarias, es decir, aquellas que aúnan altos índices de siniestralidad y elevada población con la contingencia por accidentes de trabajo cubierta, a dos sectores con alta presencia femenina como son la industria de la alimentación y la asistencia en establecimientos residenciales. Y ambos fenómenos, deterioro de los sectores feminizados y mejora en los procedimientos de notificación, también pueden estar detrás del incremento de la comunicación de partes de enfermedad profesional con baja en mujeres, que desde 2013 supera a la de los hombres en valores absolutos.
Y, finalmente, otra variable en la que se están produciendo cambios en la evolución de la siniestralidad es la edad, aunque parece un fenómeno asociado a la crisis económica y también a las reformas laborales. El patrón de distribución de la siniestralidad entre los diferentes grupos de edad permanece estable en rasgos generales: índices de incidencia más altos en los grupos más jóvenes, pero índices de gravedad mayores en los grupos de edad más avanzada. Estos últimos parecen mantenerse estables, pero en el caso de los índices de incidencia vemos cómo desde el debut de la crisis están aumentando significativamente en los grupos de edad más veteranos manteniéndose estables entre los jóvenes, reduciendo el diferencial entre los diferentes grupos. Algunas hipótesis indican que los trabajadores de más edad que perdieron sus empleos con la crisis, al reincorporarse al trabajo lo están haciendo a través del modelo precario de empleo que sufrían los jóvenes desde mucho antes del inicio de la crisis. Los retrasos en la edad real de jubilación experimentados en los últimos años también pueden estar influyendo en este fenómeno.
fuente: ISTAS.NET

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